En Ayacucho, un niño de 9 años con un don extraordinario para las matemáticas podría representar al país en un concurso internacional en Canadá. Pero en vez de tener al Estado detrás de él, cuenta con rifas y actividades comunitarias para costear un viaje que debería ser un orgullo nacional.
En el Perú, el futuro de nuestros hijos se construye sobre un sistema educativo deteriorado, ideologizado y enfocado en adoctrinar antes que en formar ciudadanos libres y críticos. La infraestructura escolar es deficiente, las aulas se caen a pedazos y los recursos nunca llegan. La falta de apoyo real a la niñez impide forjar peruanos exitosos y nos condena a repetir los mismos errores generación tras generación.
El verdadero talento nacional sobrevive a pulso, mendigando apoyo en un país que parece premiar al ladrón antes que al talentoso. El contraste es brutal. Mientras los corruptos de siempre viajan con viáticos y hoteles de lujo, nuestros niños con talento tienen que vender números de rifa para no quedarse atrás.
Jóvenes promesas en ciencia, deporte y arte son ignorados por un sistema que dice apostar por el futuro, pero que en realidad financia la corrupción. Y así, el mensaje que se repite es vergonzoso, aquí no gana el que se esfuerza, sino el que roba.
El Perú necesita un cambio de ciclo real, y ese cambio debe incluir a la educación como pilar fundamental para construir el futuro. Es urgente invertir en nuestra gente más valiosa, en aquellos que con disciplina y talento pueden transformar la historia del país. El próximo año tenemos la oportunidad de abrir un nuevo rumbo y dejar atrás la condena de seguir siendo administrados por los mismos mediocres de siempre.