En Ayacucho, 4 de cada 10 niños menores de 3 años sufren de anemia. Una cifra escandalosa que revela la precariedad de la salud pública en la región y que debería ser prioridad nacional. Sin embargo, mientras el Estado, los gobiernos regionales y los alcaldes siguen ausentes y las autoridades se pierden en discursos, es la propia gente la que busca soluciones.
Comunidades locales y rostros internacionales de la cocina peruana como Carlos Añaños Jerí, presidente del Patronato Pikimachay, y Micha Tsumura, chef fundador de Maido, han empezado a impulsar la cocina ancestral, recuperando recetas con alto valor nutricional para enfrentar el hambre y la anemia.
Son esfuerzos creativos y valiosos, nacidos desde abajo, pero que no alcanzan a cubrir la magnitud de un problema que debería ser abordado con políticas serias, inversión y programas sostenibles desde el gobierno central ¿De qué otra manera se puede enfrentar el 51.7 % de la población que sufre inseguridad alimentaria moderada o grave? siendo el Perú el país con mayor índice en Sudamérica.
Asimismo, ¿cómo puede un país hablar de desarrollo cuando sus niños siguen condenados a crecer débiles por falta de hierro en sus alimentos? El Estado debería garantizar que cada niño en Ayacucho tenga acceso a una buena alimentación y a una atención médica oportuna. En cambio, la indiferencia se ha vuelto costumbre.
Ayacucho demuestra que la gente no se rinde y que la identidad cultural puede ser también una herramienta para combatir la pobreza. Pero sin un Estado que acompañe y respalde, la anemia seguirá condenando generaciones. Es hora de que nuestras autoridades asuman su responsabilidad, porque no se puede hablar de futuro mientras miles de niños crecen con hambre.